Don’t panic: tenemos tiempo de sobra para realizar los sueños profesionales

Hace poco volví a ver una película que detesto, y me fascina, con la misma intensidad. Aún sabiendo el final al que se encamina el protagonista, y el estado en el que me dejará a mí ser testigo de dicho fin, no soy capaz de levantarme y abandonarla. La consumo, la disfruto y me espanta, porque toca de lleno  el que creo es uno de los grandes miedos del ser humano…

El miedo a perder las riendas de nuestra propia vida, por la aparición de un “ente” externo dispuesto a robarnosla. En el caso del filme al que me refiero, El talento de Mr. Ripley, este “ente” llega en forma de un acomplejado-psicópata-imitador (toda mi admiración para Matt Damon, que lo borda, y para dos personas más que pasan desapercibidas entre el genial elenco: Anthony Minghella, su director -sí, el de El paciente inglés-, y la autora de la novela en la que se basa la película, Patricia Highsmith).

La conexión neuronal que me ha llevado a relacionar este thriller psicológico con el título del post tiene que ver con el momento en el que lo escribo: mes de agosto, periodo vacacional. Como recordaréis, el escenario en el que se desarrolla gran parte de la película es la bella costa amalfitana, donde sus protagonistas practican el noble arte del dolce far niente. Justo lo que deseamos y necesitamos la mayoría de nosotros. Pero, con demasiada frecuencia, cuando el descanso empieza a tomar forma y la mente comienza a desestrarse, aparece un “ente” intrusivo y agresivo, al más puro estilo  Mr. Reply.

 

El agobio. Por lo pendiente, por lo que queda por hacer, por lo sueños aún no alcanzados, por las ideas que todavía no han tomado forma, por ese futuro que ya nos parece se nos queda corto, por el “se me pasa el arroz”, por el “de este curso no pasa”, por el “me había propuesto que este año cambiaría de trabajo -o alcanzaría sueldo X- o montaría mi empresa, y aquí sigo, haciendo lo mismo que otros años”… Con lo bien que estábamos mirando al horizonte y tenía que aparecer ese psicópata del subconsciente para jorobarnos. Y agobiarnos. Al igual que la Navidad es época de propósitos a cumplir, el verano suele ser época reflexiva en la que hacemos un repaso de lo que queríamos conseguir y hasta dónde hemos llegado.

Lo cual no está mal –“aprender sin reflexionar es malgastar energía”, que decía Confucio- siempre y cuando no dejemos que nuestro Mr. Ripley particular nos robe la tabla de surf y se suba a la cresta de la ola. Es nuestro tiempo de descanso, de estar en paz, de hacer lo que nos salga del pie porque nos lo hemos ganado. Porque lo necesitamos.

Y, sobre todo, porque hay una muy buena noticia para todos nosotros:

Nunca es demasiado tarde

Sí, exactamente eso: Nunca es demasiado tarde. Con estas mismas palabras escribe el título de su libro el talentsolucionador Tom Butler-Bowdon (publica con Urano), y le añade un subtítulo igual de interesante: El poder del pensamiento a largo plazo. Aunque es un hombre bastante marketiniano (al estilo americano), he de reconocer que este libro está muy bien escrito y documentado. Y sobre todo, me gusta porque es como tomarse una tila mental. Leerlo es relajante. Te hace replantearte el concepto de tiempo. Como dice en su contraportada “este libro es para todos aquellos que albergan un deseo secreto, que sueñan con pintar, viajar, escribir un libro, crear una empresa o volver a estudiar. Es un libro para que los impacientes y también los descorazonados recuperen la ilusión sea cual sea su edad. Sí, tú también estás a tiempo. Nunca es demasiado tarde para hacer algo grande”.

Además de poner 101 ejemplos de personas que lograron alcanzar sus metas profesionales pasados los 40/50 años, y explicar cómo el aumento de esperanza de vida nos da muchos años productivos por delante siguiendo la Tabla de Schwartz (si tienes, por ejemplo, 30 años, tu porcentaje de años productivos pendiente es del 83%; si tienes 40, el 67%; 50, el 50%… Incluso en la edad de jubilación estándar, los 65, nos quedaría un 25%), Butler nos anima con la que considero una de las leyes más sensatas que existen: la ley del retorno acelerado (o crecimiento exponencial).

Ley del retorno acelerado

Cuanto más persistimos en algo, más probable es que se active esta ley. Como explica el autor “cuando nos embarcamos en un nuevo proyecto, los primeros años nos parece que progresa con demasiada lentitud, pero el primer 1% de cualquier proyecto es especial, por eso no hay que intentar acelerar su progreso. Las cosas diminutas, si reciben los cuidados y el tiempo necesarios, florecen en algo sustancial. En nuestro afán de crear algo importante nos olvidamos fácilmente de las leyes básicas del crecimiento”. Como decía Warren Buffett (googlear, tercera fortuna del mundo), el truco está en ir “avanzando paso a paso”. “Al empezar sin prisas -explica Butler- usted está respetando las leyes inmutables del crecimiento y el tiempo”.

Porque, aunque se den casos y sean los que están de moda, el 99’9 de nosotros no alcanzamos la cresta de la ola de un día para otro, sino que necesitamos -y está bien que así sea-  más tiempo para concebir, crear y mantener el éxito deseado. Los primeros 30, 40 o 50 años de nuestra vida pueden haber servido simplemente “para establecer una base que nos proporcione las habilidades, la experiencia y la sabiduría necesarias con las que crear algo significativo”.

Ahí va el mensaje final: “Pensar a lo grande puede llevar lejos, pero si lo combinas con pensar a largo plazo tendrás la receta para triunfar”.

 

Porque nada es revolucionario del todo, sino evolutivo, fuera agobios. Tenemos todo el tiempo del mundo, y ahora es el de descanso. ¡Felices vacaciones!

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