Si tienes Facebook, Google +… estarás también “sufriendo” estos días la avalancha de recopilatorios en imágenes tipo “lo mejor del año”; hechos automáticamente por los programas de estas redes sociales con las fotos que hemos ido subiendo en 2014, casi todos -pese a tener un punto hortera, las cosas como son- hemos acabado compartiéndolo con el resto de usuarios/amigos. Superando el rechazo inicial que me provoca (no sé, es raro que un programa impersonal decida por tí cuáles son los momentos a destacar en tu vida; supongo que elige en función de los “likes” que tenga la imagen elegida o algo así, pero raro es, vaya), por otro lado te pone “a huevo” aprovechar el montaje para dar con él las gracias a aquellas personas que te han acompañado en el año que ya se va y de paso felicitar a todo el mundo por el que viene. Asi que aceptamos y compramos pulpo.
Lo que más me interesa de estos recopilatorios es que son el resumen final de lo que realmente mostramos en las redes: solo cosas buenas. Ni una mala. La información que compartimos de nuestras vidas (no hablo de las noticias sociales o políticas que subimos, sino de nuestros momentos yo, mi,me, “contigo”) es tan sesgada y tan happy, que impresiona. Tendrían que regalar unas gafas de 3D color rosa con cada suscripción a estas redes, o que se activara automáticamente el tema estrella de Pharrell Williams al meter la contraseña.
¿Suena a crítica? No, no lo es. Me parece la mar de bien que solo compartamos cosas bonitas, sobre todo… ¡para darnos cuenta de que también nos pasan! A menudo lo malo/feo se nos hace una bola tan grande en el día a día que eclipsa todo lo demás; un repasito a las fotos del Face (esos viajes, encuentros con amigos, el amor de familia, casos de éxito laboral…) y el subidón emocional está asegurado. Así también, ya de paso, nos dedicamos a expandir energía positiva por la Red, que nunca viene mal.
Somos, de alguna forma, como las campañas de marketing o publicidad de Coca-cola, Ikea (con los Reyes Magos, tela…), Dove y sus mujeres reales… Tenemos en común que desprendemos una imagen -que aunque parcial, es real- que activa la dopamina de quien nos ve/lee/observa (esto ya no lo digo yo, sino el talentsolucionador Pedro Bermejo, autor del libro “Neuroeconomía” de LID, y de quien os hablará más en próximas ocasiones).
Me explico. Estos vídeos virales o publicidades nos convencen y nos “llegan” porque apelan a las emociones. Hacen una llamada al mundo afectivo para, como explica Bermejo, “precipitar la aparición de un recuerdo de algún momento positivo de nuestra vida, de tal forma que se crea un vínculo con la marca y nos convence emocionalmente”. Buscamos desesperadamente recompensas positivas para nuestro cerebro, y eso es precisamente lo que hacemos al repartir y compartir emociones buenas desde nuestros perfiles (incluídas esas fotos con mensajes o citas buenrolleras). Además, al igual que el marketing colaborativo, al pulsar al botón de “me gusta”, hacer un comentario o compartir una información, creamos juntos nuevas formas de valor. Imagínate la de posibilidades que se nos abrirían, laboralmente hablando, si lograramos transmitir esas cualidades positivas en el entorno profesional y activar la dopamina de nuestro futuro empleador… Yo, de momento, os “compro” a todos los que encendéis la mía en mis ratos de ocio.
Gracias por ser felices.
¡Buena semana!