Si a ti tampoco te gusta que te manden… eres biológicamente normal.

Empecemos por una frase fea, de esas que solo por leerla ya incomoda el espíritu: “es de ordena y mando”. Y ahora pensemos en esa ocasión en la que (ya de adultos, que es cuando duele) alguien que encaja en esa forma de ser nos ha dicho lo que debíamos hacer. No hablo de sugerido, animado, inspirado, ayudado… Hablo de “mando”. Es decir, uso de una orden con tono imperativo, quizá despectivo, probablemente condescendiente; de ese que huele a estilo de jefatura de antaño.

 

No tiene porqué ser dicho en voz alta ni con malos modos… Aunque a menudo va emparejado. Órdenes de esas que molestan, que incomodan, que irritan, que -por supuesto- según quién y cómo la dé, incluso puede tener la intención de hacer sentir inferior al que la recibe. Hay mil variantes, pero a la mayoría -no importa el grado de flexibilidad mental y amor propio que uno se tenga- nos molestan en lo más profundo de nuestro ser.

Sí, los seres humanos necesitamos que nos aconsejen, acompañen, sugieran, corrijan, ayuden, motiven, inspiren… Todo el rato (y quien no lo necesite tiene un problema de otro calibre).

Pero a los seres humanos no nos gusta que nos manden.
Y, como casi todo, el porqué tiene una explicación científica. O biológica.

 

Cuestión de jerarquía

No nos gusta que nos manden porque si alguien nos manda, significa que tiene poder sobre nosotros. Y si tiene poder sobre nosotros es porque está situado en una posición superior de un sistema jerárquico. Y si tenemos personas por encima que nos mandan (y controlan, y dicen lo que tenemos que hacer, etc.) eso nos provoca ESTRÉS. Y nos provoca estrés porque el ser manejados (insisto, que no orientados, inspirados…) por otros nos hace perder el control de nosotros mismos. No poder tomar decisiones que nos afectan directamente, nos estresa.

Cuanto menos control tengamos de nuestras propias vidas (lo que obviamente afecta a la faceta profesional) más estresados estaremos. Un estudio realizado en 2012 por investigadores de Harvard y Standford analizó el grado de estrés de participantes de un programa de MBA de ejecutivos de Harvard, comparándolo con el nivel de cortisona (hormona que libera el cuerpo cuando está estresado) generado por empleados “base” (con menos responsabilidades y decisiones diarias que tomar). Pues bien, el estudio demostró que los líderes en general -por muy ocupados que estén- tienen un grado de estrés menor que quienes trabajan para ellos.

 

Arriba, menos estrés

Según recoge Simon Sinek en su estupendo libro Los líderes comen al final (Empresa Activa), las conclusiones del estudio son bastantes llamativas, y creo lo suficientemente importantes para hacernos pensar: “cuanto más bajo es el escalafón que ocupa alguien en la jerarquía organizacional, mayor es el riesgo al que se enfrenta de padecer problemas de salud relacionados con el estrés”. O visto de otro modo: cuanto más arriba se está en la jerarquía del empleo, más aumenta tu esperanza de vida (y esto es de otro informe, de la University College de Londres hecho una década antes).

Veámoslo de manera más dramática:
Los trabajadores situados en la parte más baja de la jerarquía tienen un índice de muerte cuatro veces  mayor al de sus superiores. Y ésta cifra es más significativa en aquellos entornos laborales en los que se controla de manera rígida a sus trabajadores. Los infartos, por desgracia, más que provocarlos el estrés propio del trabajo, los provoca el estrés de estar y sentirse controlados. Joder. (permitirme la expresión). Es que me resulta terrible pensar los sistemas de trabajo que hemos creado en los últimos años.

Lo que verdaderamente nos estresa es no tener el grado de autonomía suficiente, que nos permita tener el control de nuestra vida profesional.

La solución a este despropósito o desequilibrio tan brutal no pasa (sólo) por desmontar o suavizar las jerarquías. A veces sí, a veces no (sistemas mixtos), dependerá de muchos factores que habría que estudiar en casa caso o empresa en concreto. Pero lo que está claro es que en esta época tendemos -como vimos en este post- al trabajo en redarquía desde una perspectiva social.

Si construimos -o mantenemos- organizaciones en las que las amenazas parten del interior, ¿cómo podremos hacer frente a las cada vez más numerosas amenazas que provienen del exterior? Las energías estarán siempre mal canalizadas.

De lo que se trata es de generar entornos laborales en el que las personas, no importa qué cargo ocupen, se sientan tranquilas (no amenazadas), arropadas (no usadas), parte de la (nueva) tribu. Integradas, valoradas, escuchadas. Motivadas (con un propósito).

Debemos dejar de mirar nuestros ombligos para mirar a derecha e izquierda; a la gente que está a nuestro lado. Lo de siempre: tratarnos mejor, entendernos como personas humanas (que es lo que somos los profesionales, ¡todo el rato!), concedernos incentivos que vayan más allá de la parte de abajo de la Pirámide de Maslow.

Ello nos llevará a la parte más importante: cambiar control por guía, potenciar la autonomía, confiar.

Hacer que cada persona sea líder de si misma, y colíder del proyecto común.

 

 

O actúas o…

Pero también, como casi todo en esta vida, nos toca ser responsables. No podemos culpar  al entorno, sistema, la empresa o al mal jefe. Hay una parte de autoresponsabilidad vital si queremos salir de ese círculo de estrés laboral al que nos lleva trabajar en un entorno que es nocivo para su salud. Es imprescindible actuar. Porque si no… entraremos dentro de ese triste porcentaje (según estudio de Gallup) según el cual 1 de cada 3 empleados desea abandonar su puesto de trabajo actual (¡1 de cada 3!). Pero… de los que tan sólo 1.5% se marcha voluntariamente (busca alternativas mejores para él).

 ¿Necesitas más datos? Un estudio de un grupo de científicos sociales de la Universidad de Canberra (Australia), llegó a la conclusión de que tener un trabajo que odiamos es tan malo para nuestra salud, y a veces peor, que estar en paro.

Impacto en los hijos

Y no sólo nosotros nos “comemos” ese malestar; lo peor es que lo trasladamos a la gente que -teóricamente- queremos. De nuevo, más ciencia aplicada, y esta vez dando donde más duele (los hijos). Un estudio (Social Work del Boston College) afirma que los niños se ven menos afectados (para mal) por las largas ausencias que pasan sus padres en el trabajo (cuando éste trabajo les gusta) que uno que trabaja menos horas pero vuelve a casa de mal humor (autoestima baja, enfadado, criticando, deprimido, etc.).

 

 Es decir, deberíamos replantearnos la “excusa” de que trabajamos en algo que nos espanta por “el bien de los hijos”, porque -quitando la aportación de necesidades básicas alimentencias y teniendo en cuenta que estoy escribiendo para quien puede permitirse leer este blog- quizá estemos haciéndoles bastante daño de otra manera. Al menos tener estos conocimientos debería animarnos a buscar otras soluciones, intentar nuevas cosas, buscar nuevas vías. Impulsarnos a actuar. Responsabilizarnos.

 

 

 

Es la hora de construir organizaciones que prioricen el cuidado de los seres humanos, y es la hora como seres humanos de tomar el control de nuestros destinos profesionales, para que así todos vislumbremos un futuro mucho más apetecible y prometedor.

Feliz verano 🙂

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