Me gusta el cielo de Madrid.
El diurno, tan bello los días de azul, esos en los que no hay cabida para los malos humos. Y también me gusta el nocturno. Lo que al parecer es más raro. Ya sea tara o consecuencia directa de mi condición urbanita, el caso es que disfruto de la oscuridad del cielo madrileño. Con sus seis –siete con suerte- estrellitas. Porque la contaminación lumínica no deja ver mucho más.
No había tomado conciencia de este “gusto particular” hasta este verano, cuando una noche “mindfulness” en la montaña de Somiedo (Asturias) me apabulló con sus miles y miles y miles de estrellas. Todas ahí arriba, a mogollón, ala, venga, haciéndote sentir… Muy hormiga. Y algo abrumada. Es lo que tiene lo infinito del universo… ¡cuando se ve!
Aunque creo que en mi caso es más por la sensación de calma y paz asociada al negro frente a la estridencia de la multitud estelar (sigo sin echar de menos la Vía Láctea en mis noches; ya me curaré J ) recojo esta anécdota porque hace unos días leí una frase maravillosa en un buen artículo de Xataca que me lo recordó:
“Ni somos el centro del universo (Copérnico), ni del reino biológico (Darwin), ni de la racionalidad (Freud). Y ahora tampoco lo somos de la infoesfera (Turing)”.
Toma ya.
Un gran recordatorio de Luciano Floridi -profesor de Filosofía y Ética de la Información en la Universidad de Oxford- tratando de dar respuesta en el artículo a los miedos infundados que aún provoca la Inteligencia Artificial y la Robótica. Y es que cada vez aparecen más tecnologías que son capaces de lidiar con más tareas (repito, tareas) mejor de lo que lo hacemos los humanos, y eso –como dice Floridi- nos desplaza de nuestra posición de antropocentrismo (teoría filosófica que sitúa al hombre como centro del universo).
Recojo su frase/guante para llevarlo a otro terreno, el 100% humano y 100% profesional: no somos nada (que merezca la pena) y poco conseguiremos (que merezca la pena) si vamos por libre y con ánimo competitivo insano (egocentrismo) en el trabajo.
Hablo, sí, de la importancia VITAL del trabajo colaborativo… ¡Más allá del departamento de uno! Porque nos toca huir no solo del egocentrismo sino especialmente del “antropodepartamentismo”. Porque en esencia ese ser social que todos llevamos dentro nos empuja e impulsa a ser profesionales colaborativos, cierto. Pero la costumbre de tantos años bajo el diseño organizacional fordista –trabajo en silos, peleas entre departamentos, directivos y trabajadores que se llevan mal…- hace que nos importen los de siempre, “los míos”. Y el trabajo colaborativo del siglo XXI (de la empresa adecuadamente adaptada a este siglo) es algo mucho más grande, que conecta muchas más cosas, y a muchas más personas.
En el nuevo contexto económico laboral, el que trabaje aislado morirá (profesionalmente, claro) aislado. Y la empresa que se organice en silos morirá (legalmente) asesinada por su Reino de Taifas interno, o por su falta de agilidad, su excesiva burocracia…
Las TIC han dado paso a nuevas tecnologías sociales, de análisis, móviles, y en la nube (lo que se conoce como SMAC). La movilidad de la información y la hiperconectividad están creando por tanto una conciencia ampliada que coexiste en un único mundo virtual, en el que se crean conexiones que no dependen del tiempo ni del lugar (knowmad) y por lo tanto estamos reinventado la manera de comunicarnos, de relacionarnos… de trabajar, de colaborar. De entender la importancia y el poder de la inteligencia colectiva.
Por ello, la organización Smart trabaja desde la apreciación de la aportación individual de cada uno de sus miembros (potenciando además su singularidad) , pero también desde la consciencia de la necesidad de su contribución al conjunto.
La aportación de valor está vinculada a la dinámica del conjunto.
Pongámosle una fórmula matemática ya desarrollada (o recogida) por el equipo de BBVA OpenMind:
Matemáticamente, el trabajo colaborativo se puede formular como
Nx [2 (N-1) – 1]
La suma de las interacciones entre N personas. Pongamos un ejemplo: cinco personas son capaces de generar cinco ideas de forma individualizada. Cuando trabajan en equipo, son capaces de generar diez ideas, fruto de las interacciones de todos con todos. Sin embargo, cuando lo hacen de forma colaborativa pueden trabajar simultáneamente tanto de forma aislada como en parejas, en grupos de tres, cuatro e incluso los cinco a la vez. De esta forma la suma de sus interacciones totales es setenta y cinco.
Grande, ¿no?
Y es que, como ellos mismos están ya experimentando “cuando se trabaja de forma colaborativa, existe una mayor probabilidad de encontrar respuestas, de alcanzar soluciones oportunas a los problemas. Y hacerlo de forma tan eficiente como los peces o los pájaros cuando se desplazan en cardumen o bandada: todos se mueven a la vez en un sentido o en otro, de forma natural, ante una amenaza o cambio. Nosotros debemos reproducir este comportamiento. El cien por cien de la compañía debe estar activo y alineado con un objetivo común”.
Trabajar colaborativamente, sí, incrementa la productividad, la agilidad empresarial y además es clave para potenciar la creatividad.
Si no queremos torpedear la capacidad de innovación empresarial (resultado de la suma de todo lo anterior) huyamos del antropocentrismo, del egocentrismo y del “antropodepartamentismo”.
Movámonos en bandada.
Feliz noche estrellada J
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