Por qué la felicidad está reservada a quien es buena gente (sí, también en el trabajo)

119.000.000 resultados nos da Google en 0’48 segundos cuando hacemos una búsqueda sobre la palabra “felicidad”. 527.000.000 si escribimos “hapiness”. Resultados que superan con creces otras palabras -o conceptos- como amor, tristeza e incluso sexo. Solo “alegría” es buen competidor. Este testeo casero avala algo que ya sabemos: lo que más nos importa a los seres humanos es ser felices. Basta con preguntarse a uno mismo qué desea para su futuro y el de los suyos… Pues eso. Tanto es así, que además de petarlo a  búsquedas en internet -por cierto que el 20 de Marzo se celebra su Día-, “Felicidad” es la asignatura más popular y requerida en la Universidad de Harvard; materia que, coincido contigo, no vendría mal se estudiara en todas partes.

 

Sin entrar en definiciones ni especulaciones sobre qué significa ser feliz (cada uno ya sabe) el hecho es que es algo que todos queremos; mayores, pequeños, altos, bajos, mujeres, hombres, rubios, morenos, pecosos, salaos, serios, callados, dicharacheros, tímidos, extrovertidos, amables, tirando a secos, buenos, desalmados…

 

Ey, un momento… ¿Los sin alma también pueden ser felices?

 

¿El que hace daño, malmete, castiga, usa la violencia, juzga, se rige por el odio y la ira, es egoísta, oprime, maltrata, intimida, se cree superior (o quizá muy inferior), acosa, actúa por envidia, miente, roba, hiere, engaña, menosprecia… ese también es feliz? Porque que lo ansíe vale, como todos, pero de ahí a que lo consiga… Va a ser que la mala gente (cada uno ya sabe II) lo tiene más complicado. Algo tendrá que ver el karma -y su ley infalible “recoges lo que siembras”- pero sobre todo porque nos lo dice y explica la ciencia.  *Nota: Mala Persona no es igual que Persona con un Mal Momento.

En concreto, lo explica muy bien la profesora de Psicología Sonja Lyubomirsky en un estupendo documental llamado “Happy” (muy recomendable), que realiza un viaje a las entrañas de la felicidad (enlace a ejemplo danés) con historias asombrosas que le hacen a uno sentirse… chiquito pero también feliz (el simple hecho de verlo hace que aumenten los niveles de dopamina).

 

Pues bien, una de las cuestiones que se tratan, es más o menos ésta:

¿Cuánta felicidad traemos de serie y cuánta ganamos o perdemos por el camino?

Tras varios años de estudios e investigación, Lyubomirsky nos dice lo siguiente:

 

50% Genética. La mayoría de nosotros nace con un nivel de felicidad determinado (es decir, el 50% de nuestro índice mayor o menor de felicidad viene de serie, lo llevamos en los genes). A este estado con el que hemos nacido es al que tendemos a volver; después de que algo muy bueno o muy malo nos haya sucedido, regresamos a este grado de felicidad interior.

10% Nuestras circunstancias. Curiosamente, circunstancias como el trabajo que realizamos, cuánto dinero tenemos, nuestro estatus social, dónde vivimos e incluso nuestra salud (justo las cosas que creemos nos aportarán o restarán felicidad) solo suponen ¡el 10% de la misma! La cifra es bajísima, y sin embargo es ahí donde solemos centrar las energías.

 40% Actividades deliberadas. Aquí, en este 40% restante, es dónde está la clave  de cómo alcanzar mayores cuotas de felicidad y justo por eso mismo, la explicación del porqué las personas de dudosa humanidad se quedan fuera o atrás.

 

¿Qué se entiende por actividades deliberadas?
Acciones y comportamientos que uno, a propósito, decide llevar a cabo.
-Por ejemplo, una de las recomendaciones que da Sonja es “intentar no adaptarse”: practicar, abrazar el cambio. Promover conscientemente el cambio (buenas noticias para las personas con mentalidad knowmad: ser agente de cambio reporta mayores dosis de felicidad).

-Otra recomendación: rodearse de una buena comunidad, ser partícipe, apoyar, empoderar, compartir, ser seres sociales (otra de las claves de los knowmads y tan propias de esta Era Colaborativa en la que tenemos la suerte de vivir).

– Practicar -sí, se pueden desarrollar, el cerebro es maleable- sentimientos y actitudes de empatía, compasión, agradecimiento, bondad (que no buenismo) generosidad, respeto, amor. En resumen: DAR. No solo recibir. Los actos bondadosos (cada uno ya sabe III) son los que suben por las nubes los índices de FIB (Felicidad Interior Bruta).  Algo que, en fin… deja atrás por desgracia a esas almas de alma mermada.

 

Es asombroso como, con demasiada frecuencia, personas que sí tienen alma y practican el tercer punto con sus familiares y allegados, se la dejan en la puerta al entrar en la oficina. Esa dualidad entre quien soy/cómo soy en mi vida personal y el trabajo, por suerte está dejando de funcionar. El ser buena persona, ser un dador, está empezando ya a ser requisito imprescindible en las empresas que quieran tener un buen futuro. Y no lo digo yo (que también, donde puedo y me dejan, gracias por dejarme); esta conclusión  está avalada también por años de estudio e investigación.

No es la primera vez que escribo sobre Adam Grant y su estupendo libro “Dar y Recibir. Por qué ayudar a los demás conduce al éxito” (Gestión 2000). Aquí tienes el enlace al artículo que escribí sobre él, por lo que solo rescataré algunos párrafos para enmarcar la necesidad de tener buenas personas en nuestro entorno profesional. Y promover así la felicidad, que además lleva a la productividad… etc.

 

Los 4 ingredientes del éxito
Para Grant, hay tres cosas en común que tiene toda persona de éxito: motivación, capacidad y oportunidad; es decir, si quieres triunfar en lo que sea necesitas una combinación de trabajo duro, talento y suerte. Pero él añade un cuarto factor, que a menudo se pasa por alto: “el éxito depende en gran parte de cómo abordamos nuestras interacciones con los demás. En el trabajo, cada vez que interactuamos con otra persona, nos vemos obligados a elegir entre intentar conseguir el mayor valor posible, o contribuir con nuestro valor sin preocuparnos por lo que recibamos a cambio”.

Ese cuarto factor hace que afloren tres tipos de personas en el trabajo:

1. Receptores: les gusta obtener más de lo que reciben. Ponen sus intereses por delante de las necesidades de los demás. Creen que el mundo es un lugar competitivo donde los unos devoran a los otros, y que para alcanzar el éxito tienen que ser mejores que los demás. Para demostrar su valía se promocionan a sí mismos y procuran que sus esfuerzos reciban los elogios que se merecen. No son crueles ni despiadados (aunque de haberlos, entran en esta categoría), sino cautos y con un gran instinto de autoprotección.
2. Donantes: son una raza relativamente excepcional. Prefieren dar antes que recibir; están centrados en los demás y prestan atención a lo que otros necesitan de ellos. Estas preferencias no tienen nada que ver con el dinero: los receptores y donantes no se distinguen entre sí por lo que puedan donar a obras benéficas o el sueldo que paguen a sus empleados. Se diferencian por su actitud y sus acciones para con los demás. El receptor ayudará a los demás estratégicamente cuando los beneficios qué él obtenga superen los costes personales. El donante ayudará siempre que el beneficio para los demás no exceda sus costes personales. O que ayude sin esperar nada a cambio. El donante se esforzará por ser generoso y donar su tiempo, energía, conocimientos, habilidades e ideas con quien pueda beneficiarse de ello.
Nota: esta actitud es la que normalmente se usa en las relaciones de pareja o personales (como padres, amigos…), pero la menos común en el entorno laboral. Ojo: no confundir donante con buenismo, y de tontos tampoco nada.

3. Equilibradores: quienes se esfuerzan por preservar el balance entre dar y recibir. Operan basándose en el principio de la justicia: cuando ayudan  a los demás se protegen a sí mismos porque buscan reciprocidad. Cree en el dicho “donde las dan las toman” y sus relaciones están basadas en un intercambio igualitario de favores.

Su libro te explicará por qué los donantes -y las organizaciones que promueven a los donantes- son las que al final siempre ganan (algo a lo que ha contribuido y mucho los avances tecnológicos). Por ello, solo terminar con una frase del mismo:

 

“En un mundo donde las relaciones y la reputación están visibles los receptores lo tienen cada vez más complicado para aprovecharse de los donantes”.

 

Feliz semana!

Raquel

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